Cuando delante de la pantalla del ordenador--sea Windows, Apple o Linux, aunque unos en mayor proporción que otros--alguna aplicación se cierra por error, a mí personalmente me ocurren dos cosas: primero, me entra un escalofrío súbito e intenso que recorre las fibras nerviosas desde la cabeza a los pies; en segundo lugar, me surge la pregunta del millón: ¿he guardado el trabajo anteriormente?

Al margen de las disputas entre “exploristas” y “firefoxistas” por demostrar cuál de los navegadores es mejor, yo me quedo con el segundo. La razón: cuando algo produce que la aplicación se cierre, al volver a reiniciarla, aparece una ventana que te permite crear una nueva sesión o recuperar aquélla en la que estabas cuando se produjo el error.

Lo sorprendente es que no falla nunca--o casi--cuando decides recuperar la sesión anterior. Esta característica, por sencilla y útil, nunca me ha pasado desapercibida desde el primer momento en que comencé a usar Firefox o el zorrillo como lo llama mi mújer, y hace que esté prendado a este navegador. El resto de las cualidades y características, siendo importantes, quedan relegadas a un segundo plano.

Firefox siempre se ha preocupado de que no pierda el tiempo--o casi--si falla en algún momento. Y es de agradecer cuanto mayor número de pestañas y ventanas tengas abierta simultáneamente.

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