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Recogida de tempestades
30.6.05


El que un ex ministro, ahora en la oposición, sea increpado en el pasillo del Congreso por ciudadanos invitados por el partido gobernante a una sesión parlamentaria es un hecho grave, reprobable y digno de una fuerte reprimenda y advertencia por parte del presidente de esa cámara quien debe velar porque la actividad de los representantes del pueblo se desarrolle dentro de la tranquilidad y sosiego que merece la labor parlamentaria. Paradójico resulta que los ciudadanos abordaron al ex ministro en sede parlamentaria y le pedían explicaciones sobre el desgarrador accidente del Yak-42 cuando el ex ministro de Defensa venía de darlas en una comisión. Este hecho no parece significar que los manifestantes hayan decido abandonar la calle para trasladarse a protestar a las instituciones parlamentarias.

Por contra, la calle continúa ganando vida. Muchos ciudadanos están ejerciendo una, cada vez mayor, presión sobre sus gobernantes: las manifestaciones contra la negociación con los terroristas, el traslado de archivos históricos, la millonaria protesta por denominar matrimonio lo que debería ser una unión entre homosexuales, la entrega de más de un millón de firmas para solicitar un referendum sobre esta última cuestión y los cientos de miles de rúbricas solicitando que la Religión sea materia curricular en las escuelas refrenda que gran parte de la ciudadanía están muy descontentos con el nuevo gobierno y piensa plantar cara y dar batalla.

Grupúsculos de ciudadanos, fácilmente manipulables por exaltados, también se han manifestado a las puertas del Congreso o ante monumentos emblemáticos como el madrileño de la Consitución en concentraciones que han gozado de menor o mayor aquiescencia por las autoridades policiales y por las que tienen que aprobarlas preceptivamente.

Tras la última legislatura popular en la que el desastre del Prestige, las muertes de militares en el accidente aéreo del Yak-42 y la presencia española en Iraq congregaban a millones de españoles en la calle podría pensarse que el gobierno socialista contaría con cierta tranquilidad callejera. Muchos se las prometieron felices pensando que la calle reposaría con un gobierno socialista que apoyó, entonces en la oposición, cuantas manifestaciones se convocaban relacionados con esos hechos y consecuentemente a los millones de españoles que manifestaron su descontento durante los dos últimos años del gobierno popular.

Sin embargo, no parece que sea así. El ciudadano continúa hoy utilizando el pavimento como instrumento para manifestar sus ideas, protestas o forma de pensar y aquél ha dejado de ser patrimonio de la izquierda, al menos en esta legislatura. Es un síntoma de que la sociedad sigue recuperando el pulso a la vida política tras años en que podría pensarse que sólo recordaba a sus políticos el día en que era convocado a las urnas.

Entrevistas como la realizada al presidente del gobierno en la revista homosexual ‘Zero’, la supuesta fingida agresión al ministro Bono, las declaraciones del prestigioso psiquiatra Aquilino Polaino en el Congreso, entre otros hechos, no hacen más que azuzar lo que parece ser el comienzo del divorcio entre los propósitos de gobierno y las convicciones de los ciudadanos españoles, muchas de ellas tan suficientemente erraizadas que no pueden ser influidas por la acción de gobierno ni por su propagada, a los cuatro vientos, tolerancia.

Lo malo, es que para el gobierno socialista la calle ha empezado a quejarse demasiado pronto aunque debería haber previsto que su primera legislatura estaría presidida por la recogida de tempestades.

>> Publicado en Categoría: Linux

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